“Un proyecto, proceso o empresa se puede considerar a sí misma sostenible o sustentable cuando demuestra que es económicamente factible, así como ambiental y socialmente responsable”, indicó Julio Sacramento Rivero, profesor investigador de la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Autónoma de Yucatán (FIQ Uady). “La sustentabilidad o sostenibilidad puede entenderse a partir de tres pilares fundamentales: el ambiental, el social y el económico”.
En informe de la Agencia Informativa Conacyt, el investigador señala que “el paradigma económico anterior buscaba producir la mayor cantidad al menor costo posible, sin pensar en el agotamiento de los recursos naturales o en el futuro de las siguientes generaciones. El concepto de sustentabilidad cambia un poco el paradigma. Es un concepto multidisciplinario que abarca muchos factores, pero la idea principal es realizar acciones productivas y rentables sin agotar los recursos”.
Generalmente, en las propuestas de desarrollo de nuevos sistemas de producción se evalúa de manera predominante el impacto económico a partir de la relación costo-beneficio de los productos obtenidos.
“Si vamos a proponer hacer bioetanol de residuos agroindustriales, deberemos costear el valor de una planta y de la producción y evaluar si es competitivo con el biocombustible que va a reemplazar, que en este caso sería gasolina”, indicó Sacramento Rivero.
Análisis de ciclo de vida: Además de los pilares económico, social y ambiental, la sustentabilidad está integrada por diferentes dimensiones que incluyen aspectos culturales, institucionales, históricos, etcétera, y para estudiar cada dimensión existe un gran número de opciones. Entre estas, los investigadores de la Facultad de Química de la Uady desarrollan la metodología de análisis de ciclo de vida.
“El análisis del ciclo de vida es un análisis ambiental que consiste en caracterizar la cadena completa de suministro de energía o ruta tecnológica. No nos vamos a la planta donde se produce el biocombustible y medimos sus emisiones, como se hacía en 1980, sino que analizamos todos los pasos que tienen que suceder desde que se genera un aceite comestible o un aceite exclusivo para hacer biodiesel, hasta que se utiliza en los automóviles”, expresó Sacramento Rivero.
El estudio de la cadena de suministro de energía incluye el registro de emisiones de gases tóxicos y los impactos que pueden tener a lo largo del tiempo y su distribución en el espacio. “Si importamos aceite de Argentina, las emisiones empiezan a generarse ahí y terminan en México cuando se quema el combustible. Eso es, a grandes rasgos, un análisis de ciclo de vida y es como medimos el aspecto ambiental”, indicó.
Análisis social, atención al contexto: De acuerdo con Sacramento Rivero, para evaluar el aspecto social de un determinado proyecto existen más oportunidades para innovar debido a que depende, en gran medida, del contexto en el que se realice. “Los impactos sociales de una empresa transnacional que se sitúa en Yucatán van a ser diferentes que los impactos de una empresa pequeña de un inversionista local, tanto positivos como negativos, ambas pueden resultar terriblemente mal o excelente”, apuntó.
Como parte de sus actividades en el Clúster de Biocombustibles Sólidos (BCS) del Centro Mexicano de Innovación en Bioenergía (Ceme-Bio) —financiado por el Fondo de Sustentabilidad Energética de la Secretaría de Energía (Sener) y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)—, los investigadores desarrollan nuevas metodologías e indicadores para medir el impacto de la producción de biocombustibles en México, incluyendo aquellos que ya se han monitoreado previamente por diversas instituciones, como el ingreso de las personas, el número de trabajos y la calidad de vida.
“Una parte importante que está considerando la Secretaría de Energía es la percepción tanto del productor de biocombustibles como de la zona que podría ser afectada. Lo que se quiere es que el productor promueva el desarrollo local a través de la educación, la creación de empleos e incentivos para que la gente cree sus propias empresas que ayuden a la generación de biocombustibles, entre otros”, indicó Freddy Navarro, profesor investigador de la FIQ de la Uady.
De acuerdo con Navarro, también se busca fomentar el respeto de los usos y costumbres de los habitantes para evitar generar un choque entre estos y los empresarios o dirigentes de proyectos de producción de energía. Sin embargo, esto puede resultar difícil porque aun dentro de las comunidades puede haber puntos de vista contrarios ante el desarrollo de proyectos productivos.
“Algo que llama la atención es que muchas veces los empresarios prefieren ir directamente con la comunidad y crear grupos focales con líderes locales antes que ir con las alcaldías o los medios gubernamentales”, comentó.
Junto con el doctor Julio Sacramento, el investigador trabaja en el desarrollo de una metodología que permita cuantificar la sostenibilidad a partir del aprovechamiento de una determinada materia prima con el objetivo de facilitar la comparación entre varios procesos.
“La materia prima para generar biocombustible es biomasa, pero la biomasa es una materia prima muy versátil. Dependiendo de cómo la quieras aprovechar puedes obtener varios productos, ya sea biodiesel o bioturbosina a partir del aceite, etanol a partir del material lignocelulósico”, comentó.
